sábado, 24 de noviembre de 2012

Que no me rindo, Poeta.

Pongo las manos
sobre la tierra callada,
como ayer,
como siempre,
donde yacen los compañeros muertos,
donde orillan las semillas
del rubor de los niños nuevos.

Pongo los ojos
sobre la blanca vela
que sigue rasgando el horizonte,
donde las golondrinas negras
blancas y otra vez negras
se confunden con las estrellas.

Pongo mi carne y mi piel,
mis ganas, mi todo,
mi alma en el empeño
de ser aquel sueño
que una vez fuimos,

La luna sobre el estanque
pudorosamente quieta,
muda,
solemnemente hermosa,
canta su nana de la alegría,
los pasos se abren
las puertas vuelan
y los puentes retornan
como brazos de espuma
juntando continentes,

la luna reposa sobre el estanque
y en el corazón del mundo,
la voz del poeta
resuena gallarda y arde.

Que no, Poeta,
que no me rindo,
que pongo mi vida
en cada verso que firmo,
que voy soñando espacios,
mil rumbos distintos
en cada golpe que encajo,
abro a capotazos mi camino,
que no, Poeta,
que no me rindo,
que sigo en la arena
con la magna fuerza
de los bravos perdedores
que miran de frente a la muerte,
que no, Poeta,
que no me rindo,
que mis pies siguen
-cansados pero firmes-
haciendo mella en el rigor de mi destino.

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