jueves, 30 de mayo de 2013

Amante


Amante

No era un sueño y sí una realidad hiriente 
que el cristal límpido de su alma reflejase 
              un sapo inmundo;
porque, cuando miraba a su amante, un viscoso humor, 

una vegetal linfa de asco y húmedo aliento 
empañaba el transparente vitral 
              de su estimación humana.

Porque a veces su mirada caía sobre él como 
               una mano acariciante 
y una dulzura de lágrimas hincaba sus rodillas 
para lamer el viscoso fango de su húmedo vientre, 
y aquel sapo era como un niño a quien 
                se estrechaba entre los brazos, 
suyo, enteramente suyo, defendido 
                como cachorro tierno 
por un turbión caliente de cariño y de celos.

Pero el amante era frío como un verdugo experto, 
afilaba cuchillos para un lento suplicio 
de herir, de despreciar, de retorcer el alma que le amaba, 
la mansa y dulce alma, sumisa por completo.

Exprimía el corazón como un viejo guiñapo, 
con el gesto, con la mirada, con el silencio, 
para después prostituirlo ofreciéndose todo a su beso, 
y mientras la baba de la lujuria chorreaba 
                fecal en su rostro, 
el látigo de Sade azotaba sabiamente, 
y el alma era como un perro azotado que lamía el suelo, 
                 la sandalia, la mano 
de la carne todopoderosa, fría dueña de todo. 

(Del poemario Una voz cualquiera. 1959)

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