lunes, 30 de septiembre de 2013

A un letrado



A un letrado

Si vos pretendéis que venga
a ser tan gran necio el mundo,
que por vuestra barba luenga,
por filósofo profundo,
sin otro argumento, os tenga;
mirad que dais ocasión
a que ya cualquier cabrón,
por la gran barba que cría,
aspire a ser algún día
otro Séneca o Platón.

domingo, 29 de septiembre de 2013

“Todo llega en la vida por sus pasos contados”


Todo llega en la vida por sus pasos contados,
la primavera y el verano, la ignorancia y la lluvia,
porque no hay nada gratuíto,
no hay alegría, por pequeña que sea,
que no tenga que conseguirse
como la hormiga testaruda lleva su carga tronco arriba;
no hay alegría, por importante que nos parezca,
que no termine convirtiéndose en ceniza o en llaga,
pero el dolor es como un don,
nadie puede evitarlo,
las esperanzas, el amor, el dinero,
todos los bienes terrenales,
todos los bienes que llegan, o no llegan, en la vida ya el humo de las velas
siempre están contenidos por él y son igual que pájaros que vuelan sobre el mar,
y son igual que pájaros,
por más y más que vuelen nunca se apartan de su fin

sábado, 28 de septiembre de 2013

INSOMNIO



Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este

nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como

un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por

qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

viernes, 27 de septiembre de 2013

A batallas de amor, campo de plumas



Ningún vestigio tan inconsolable
como el que deja un cuerpo
entre las sábanas
y más
cuando la lasitud de la memoria
ocupa un espacio mayor
del que razonablemente le corresponde.

Linda el amanecer con la almohada
y algo jadea cerca, acaso un último
estertor adherido
a la carne, la otra vez adversaria
emanación del tedio estacionándose
entre los utensilios de la noche.

Despierta, ya es de día, mira
los restos del naufragio
bruscamente esparcidos
en la vidriosa linde del insomnio.

Sólo es un pacto a veces, una tregua
ungida de sudor, la extenuante
reconstrucción del sitio
donde estuvo asediado el taciturno
material del deseo.

Rastros
hostiles reptan entre un cúmulo
de trofeos y escorias, amortiguan
la inerme acometida de los cuerpos.
A batallas de amor campo de plumas.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Culatra




CULATRA

De regreso a la isla de Culatra, en Portugal,
en el breve trayecto en barco,
el pelo se le abría con el viento
como hojas de palma.

Toda la luz se oía
igual que el merodeo de las olas
dentro de él.

El vello de la nuca
era a la vez un camino de espigas delicado
y un resto primitivo de descendiente del mono.
Sus encías, todo frescura
y animalidad.

En un omóplato,
la rosa de una herida le brillaba
con un dolor agudo que viajase por dentro.

La vida de la tarde,
ese asentamiento que va muy poco a poco,
de fruta, de pescado, de sal,
que se deja querer,
pero que sobre todo mira
y en la contemplación
hace que encaje cada pieza del mundo,
era un color dorado y verde.

Las calles de Culatra
son de arena con base de cemento.
Ni siquiera dibujan
sino que siguen solas por debajo
de un pálido amarillo recorriendo la isla.

Algo no se ha movido
por que este movimiento siga.
Un eje dulce,
que cuando sacan sillas a la calle,
al remendar las redes,
al reponer las latas de la tienda
y preparar café bajo un chamizo blanco
se ha mantenido igual.

Cuando la muerte asome
todo estará en un ciclo que termina
y empieza,
como pausa hasta un salto,
como cara del sol para la sombra.

Cuando el amor apriete
su mandíbula tendrá también
el resto de las cosas
y el hilo de la gana
irá desde el calor de las esteras
a las pequeñas barcas desguazadas del puerto,
a las lenguas del mar y al calambre de peces
día sí y día sí.



miércoles, 25 de septiembre de 2013

Magdalena me picó




Magdalena Me Picó...
Magdalena me picó
con un alfiler el dedo;
díjele: - Picado quedo,-
pero ya lo estaba yo.

Rióse, y con su cordura
acudió al remedio presto;
chupóme el dedo, y con esto
sané de la picadura.

martes, 24 de septiembre de 2013

Quiero escribir un niño...



Quiero escribir un niño
con grandes ojos como semillas,
pelo color maíz,
dulce sonrisa de níspero.

Quiero escribir un niño,
hacerlo con palabras
en el idioma de su placenta hecha de mar,
de viento,
de sacuanjoches olorosos.

Quiero escribir un verde niño poeta,
un moreno cantor que inunde el mundo con sonrisas,
niño mesías del mensaje vital de la naturaleza
que sea Mayo eterno, floreciente
en una tierra nueva
de juguete...



De: Sobre la grama

lunes, 23 de septiembre de 2013

Encargo



Encargo

No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Cambra de la tardor



CAMBRA DE LA TARDOR


Aquí llega el otoño con su voz de ceniza,
desalentando sueños, cubriendo de hojarasca
las imágenes rotas que el corazón conoce.

Ante mi casa lloran las cañas azotadas
por el viento nocturno, y asciende hasta mi cuarto
el olor inquietante de la tierra mojada.

Conozco esta fragancia de carne entumecida,
de deseo imposible: es la estación del miedo.
La vida se derrumba como una torre endeble.

Amor, un dios decrépito, recorre Vinogrado.
Oigo bajo la lluvia sus pasos inseguros
y un bordón que golpea en los árboles muertos.

sábado, 21 de septiembre de 2013

SONETILLO EL POETA RECUERDA



SONETILLO
EL POETA RECUERDA

Sus frases nunca me hirieron
y siempre me consolaron...
¡Heridas que otras me abrieron,
sus propias manos cerraron!

Aun cuando penaba tanto,
tan buena conmigo era,
que hasta me ocultaba el llanto
para que yo no sufriera.

Con su infinita ternura,
mi más intensa amargura
supo siempre consolar...

¡Y qué buena no sería,
que al morirse sonreía
para no verme llorar!

viernes, 20 de septiembre de 2013

Se puede vivir en nidos...



Se puede vivir en nidos,
como las aves querrían.

Se puede vivir en pechos
como quieren
acabar las violetas
y los amores impares.

Se puede vivir en llamas,
cuando se quema un papel
y ya no quedan palabras
sino luz resplandeciente.

Se puede vivir, también,
a veces viven las vidas,
bajo los techos, en casas,
o en veletas, como el aire.

Pero nosotros vivimos
un día dicha sin nidos,
sin techos y sin veletas.
Viviéndola
en un color verde, en un
color verde sobre ruedas.


jueves, 19 de septiembre de 2013

La creación del mundo



La creación del mundo

No desfloré a nadie.
La primera mujer que vi desnuda
(era adulta de alma y de cabellos)
fue la primera que me mostró los astros,
pero no fui el primero a quien se los mostró.

Vi el resplandor de sus nalgas
de espaldas a mí: era morena,
mas al darse vuelta quedó dorada.

Sonrió porque sus pechos me asombraron,
por mi mirada de adolescente no acostumbrado
a la gloria de la belleza corporal.
Era de mañana en la selva, pero nacían
estrellas de sus brazos y resbalaban
por el cuello, lo recuerdo, era el cuello
lo que me enseñaba a deletrear secretos
guardados en la clavícula. Pedía,
ya echada de bruces y llamándome,
que posara mis labios por los pétalos
con rocío de la nuca, eran lilas;
que alisara, levemente, con las yemas
las espaldas de espumas y esmeraldas;
quería que mi mano recorriera,
yendo y viniendo, el valle de la columna,
trés doucement, porque me cuidaba.
ella inauguró en mí la alegría
inefable de dar felicidad.
Tanto conocimiento no podía
ser sino innato, pienso ahora.
Pero no.
Era un saber hecho de experiencia,
más que ingenio para transmitirlo.
Ella era de otras aguas, una fuente
de treinta años, que vino desde el Sena
con el destino de darme de beber
—en la aurora de sus ojos, en sus pechos,
en la boca musical, en el mar del vientre,
en la risa de azucena, en la voz densa,
en las cejas y en el vértice de las piernas—
la miel antigua de la sabiduría,
de saber que el deseo crece cuando entiende
que la chispa se enciende en la ternura,
que las antesalas se prolongan
hasta que uno esté listo para entrar en el cielo.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Se todos los cuentos



Sé todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
Digo tan sólo lo que he visto. 
Y he visto: 
que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, 
que los huesos del hombre los entierran con cuentos, 
y que el miedo del hombre... 
ha inventado todos los cuentos. 
Yo no sé muchas cosas, es verdad, 
pero me han dormido con todos los cuentos... 
y sé todos los cuentos.


Contádme un sueño

Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco, 
soy nuevo en la ciudad… y esto quiere decir:
Me durmieron con un cuento…
Y me he despertado con un sueño.

Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.
Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos
sin redes,
sin trampas y sin miedos.


Oíd

Soñé... ¡Sueño!
No soy un cuento.
Vengo de más lejos...
¡Soy y vengo del sueño!
Y digo que soñar es querer, querer, querer, querer, querer...
querer escaparse del espejo,
querer desenredarse del ovillo,
querer descoyuntarse de la dulce rosquilla de los cuentos,
querer desenvolverse... prolongarse...
soñar es decir 4 veces,
44 veces,
4.444 veces, por ejemplo:
Yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero
verme en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto…
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento.

Quiere el hilo,
sueña el hilo
en la espadera,

sueña el hilo
que saldrá
algún día...
¡un bueno día!
hecho manto
de telar.

Lo que pasó bajo la curva de los cielos
se prolonga bajo los huesos de mi cráneo.
Lo que soñé en la tierra y en el vientre fecundado de mi madre
lo sigo aquí ahora sobre la piedra oscura de mi almohada.
¡Fui semilla que quiso ser espiga
y soy espiga que sueña en ser pan ázimo!


II, V y VI de Un signo... ¡Quiero un signo!  de: Parábola y poesía

martes, 17 de septiembre de 2013

No quiero paz, no hay paz



No quiero paz, no hay paz,
quiero mi soledad.
Quiero mi corazón desnudo
para tirarlo a la calle,
quiero quedarme sordomudo.
Que nadie me visite,
que yo no mire a nadie,
y que si hay alguien, como yo, con asco,
que se lo trague.
Quiero mi soledad,
no quiero paz, no hay paz.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Tonada




TONADA

Las tres hermanas de mi alma
novio salen a buscar.
La mayor dice: yo quiero,
quiero un rey para reinar.
Esa fue la favorita,
favorita del sultán.

La segunda dice: yo
quiero un sabio de verdad,
que en juventud y hermosura
me sepa inmortalizar.
Ésa casó con el mago
de la ínsula de cristal.

La pequeña nada dice,
sólo acierta a suspirar.
Ella es de las tres hermanas
la única que sabe amar.
No busca más que el amor,
y no lo puede encontrar.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Los pobres



El sol
Seca nuestras lágrimas
Pero, cuando se oculta,
Vuelven a aparecer en el cielo.
Nadie se atreve a contarlas.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Deads poets society...



Coged las rosas mientras podáis, 
veloz el tiempo vuela. 
La misma flor que hoy admiráis, 
mañana estará muerta (Dead poets society)

viernes, 13 de septiembre de 2013

Cerezas



Cerezas

a elizabeth

esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa
en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar/

y un beso antes todavía/
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube
a caballo de una mujer/un corazón

que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional/

esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor/con sangre/con olvido/
encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel/
caen calles de fuego de su barrio irrompible

y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar/
igual que mi madre lavando pisos cada día/
para que el día tenga una perla en los pies/

es una perla de rocío/
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas 
                    creciendo/

el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/
limpiaba suciedades del mundo/
lavaba el piso del sur/

volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana/
los pajaritos que volarán ayer/
yo mismo con su nombre en mis labios/

jueves, 12 de septiembre de 2013

Hay días que parecen fotocopias



Hay días que parecen fotocopias.
Las segrega de modo compulsivo
una máquina neutra.

Aurora Luque

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Oidos con el alma



Oídos con el alma...

Fair seed-time had my soul, and I grew up
Foster´d alike by beaty and by fear.
W.W., The Prelude
 (I, 265-266)

Oídos con el alma,
pasos mentales más que sombras,
sombras del pensamiento más que pasos,
por el camino de ecos
que la memoria inventa y borra:
sin caminar caminan
sobre este ahora, puente
tendido entre una letra y otra.
Como llovizna sobre brasas
dentro de mí los pasos pasan
hacia lugares que se vuelven aire.
Nombres: en una pausa
desaparecen, entre dos palabras.
El sol camina sobre los escombros
de lo que digo, el sol arrasa los parajes
confusamente apenas
amaneciendo en esta página,
el sol abre mi frente,
                                         balcón al voladero
dentro de mí.

                               Me alejo de mí mismo,
sigo los titubeos de esta frase,
senda de piedras y de cabras.
Relumbran las palabras en la sombra.
Y la negra marea de las sílabas
cubre el papel y entierra
sus raíces de tinta
en el subsuelo del lenguaje.
Desde mi frente salgo a un mediodía
del tamaño del tiempo.
El asalto de siglos del baniano
contra la vertical paciencia de la tapia
es menos largo que esta momentánea
bifurcación del pensamiento
entre lo presentido y lo sentido.
Ni allá ni aquí: por esa linde
de duda, transitada
sólo por espejeos y vislumbres,
donde el lenguaje se desdice,
voy al encuentro de mí mismo.
La hora es bola de cristal.
Entro en un patio abandonado:
aparición de un fresno.
Verdes exclamaciones
del viento entre las ramas.
Del otro lado está el vacío.
Patio inconcluso, amenazado
por la escritura y sus incertidumbres.
Ando entre las imágenes de un ojo
desmemoriado. Soy una de sus imágenes.
El fresno, sinuosa llama líquida,
es un rumor que se levanta
hasta volverse torre hablante.
Jardín ya matorral: su fiebre inventa bichos
que luego copian las mitologías.
Adobes, cal y tiempo:
entre ser y no ser los pardos muros.
Infinitesimales prodigios en sus grietas:
el hongo duende, vegetal Mirídates,
la lagartija y sus exhalaciones.
Estoy dentro del ojo: el pozo
donde desde el principio un niño
está cayendo, el pozo donde cuento
lo que tardo en caer desde el principio,
el pozo de la cuenta de mi cuento
por donde sube el agua y baja
mi sombra.

                               El patio, el muro, el fresno, el pozo
en una claridad en forma de laguna
se desvanecen. Crece en sus orillas
una vegetación de transparencias.
Rima feliz de montes y edificios,
se desdobla el paisaje en el abstracto
espejo de la arquitectura.
Apenas dibujada,
suerte de coma horizontal (Ï)
entre el cielo y la tierra,
una piragua solitaria.
Las olas hablan nahua.
Cruza un signo volante las alturas.
Tal vez es una fecha, conjunción de destinos:
el haz de cañas, prefiguración del brasero.
El pedernal, la cruz, esas llaves de sangre
¿alguna vez abrieron las puertas de la muerte?
La luz poniente se demora,
alza sobre la alfombra simétricos incendios,
vuelve llama quimérica
este volumen lacre que hojeo
(estampas: los volcanes, los cúes y, tendido,
manto de plumas sobre el agua,
Tenochtitlán todo empapado en sangre).
Los libros del estante son ya brasas
que el sol atiza con sus manos rojas.
Se rebela el lápiz a seguir el dictado.
En la escritura que la nombra
se eclipsa la laguna.
Doblo la hoja. Cuchicheos:
me espían entre los follajes
de las letras.

                               Un charco es mi memoria.
Lodoso espejo: ¿dónde estuve?
Sin piedad y sin cólera mis ojos
me miran a los ojos
desde las aguas turbias de ese charco
que convocan ahora mis palabras.
No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos. Vivimos entre nombres;
lo que no tiene nombre todavía
no existe: Adán de lodo,
No un muñeco de barro, una metáfora.
Ver al mundo es deletrearlo.
Espejo de palabras: ¿dónde estuve?
Mis palabras me miran desde el charco
de mi memoria. Brillan,
entre enramadas de reflejos,
nubes varadas y burbujas,
sobre un fondo del ocre al brasilado,
las sílabas de agua.
Ondulación de sombras, visos, ecos,
no escritura de signos: de rumores.
Mis ojos tienen sed. El charco es senequista:
el agua, aunque potable, no se bebe: se lee.
Al sol del altiplano se evaporan los charcos.
Queda un polvo desleal
y unos cuantos vestigios intestados.
¿Dónde estuve?

                               Yo estoy en donde estuve:
entre los muros indecisos
del mismo patio de palabras.
Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,
batallas en el Oxus o en la barda
con Ernesto y Guillermo. La mil hojas,
verdinegra escultura del murmullo,
jaula del sol y la centella
breve del chupamirto: la higuera primordial,
capilla vegetal de rituales
polimorfos, diversos y perversos.
Revelaciones y abominaciones:
el cuerpo y sus lenguajes
entretejidos, nudo de fantasmas
palpados por el pensamiento
y por el tacto disipados,
argolla de la sangre, idea fija
en mi frente clavada.
El deseo es señor de espectros,
somos enredaderas de aire
en árboles de viento,
manto de llamas inventado
y devorado por la llama.
La hendedura del tronco:
sexo, sello, pasaje serpentino
cerrado al sol y a mis miradas,
abierto a las hormigas.

La hendedura fue pórtico
del más allá de lo mirado y lo pensado:
allá dentro son verdes las mareas,
la sangre es verde, el fuego verde,
entre las yerbas negras arden estrellas verdes:
es la música verde de los élitros
en la prístina noche de la higuera;
—allá dentro son ojos las yemas de los dedos,
el tacto mira, palpan las miradas,
los ojos oyen los olores;
—allá dentro es afuera,
es todas partes y ninguna parte,
las cosas son las mismas y son otras,
encarcelado en un icosaedro
hay un insecto tejedor de música
y hay otro insecto que desteje
los silogismos que la araña teje
colgada de los hilos de la luna;
—allá dentro el espacio
en una mano abierta y una frente
que no piensa ideas sino formas
que respiran, caminan, hablan, cambian
y silenciosamente se evaporan;
—allá dentro, país de entretejidos ecos,
se despeña la luz, lenta cascada,
entre los labios de las grietas:
la luz es agua, el agua tiempo diáfano
donde los ojos lavan sus imágenes;
—allá dentro los cables del deseo
fingen eternidades de un segundo
que la mental corriente eléctrica
enciende, apaga, enciende,
resurrecciones llameantes
del alfabeto calcinado;
—no hay escuela allá dentro,
siempre es el mismo día, la misma noche siempre,
no han inventado el tiempo todavía,
no ha envejecido el sol,
esta nieve es idéntica a la yerba,
siempre y nunca es lo mismo,
nunca ha llovido y llueve siempre,
todo está siendo y nunca ha sido,
pueblo sin nombre de las sensaciones,
nombres que buscan cuerpo,
impías transparencias,
jaulas de claridad donde se anulan
la identidad entre sus semejanzas,
la diferencia en sus contradicciones.
La higuera, sus falacias y su sabiduría:
prodigios de la tierra
—fidedignos, puntuales, redundantes—
y la conversación con los espectros.
Aprendizajes con la higuera:
hablar con vivos y con muertos.
También conmigo mismo.

                                                   La procesión del año:
cambios que son repeticiones.
El paso de las horas y su peso.
La madrugada: más que luz, un vaho
de claridad cambiada en gotas grávidas
sobre los vidrios y las hojas:
el mundo se atenúa
en esas oscilantes geometrías
hasta volverse el filo de un reflejo.
Brota el día, prorrumpe entre las hojas
gira sobre sí mismo
y de la vacuidad en que se precipita
surge, otra vez corpóreo.
El tiempo es luz filtrada.
Revienta el fruto negro
en encarnada florescencia,
la rota rama escurre savia lechosa y acre.
Metamorfosis de la higuera:
si el otoño la quema, su luz la transfigura.
Por los espacios diáfanos
se eleva descarnada virgen negra.
El cielo es giratorio lapizlázuli:
viran au ralenti, sus continentes,
insubstanciales geografías.
Llamas entre las nieves de las nubes.
La tarde más y más es miel quemada.
Derrumbe silencioso de horizontes:
la luz se precipita de las cumbres,
la sombra se derrama por el llano.

A la luz de la lámpara —la noche
ya dueña de la casa y el fantasma
de mi abuelo ya dueño de la noche-
yo penetraba en el silencio,
cuerpo sin cuerpo, tiempo
sin horas. Cada noche,
máquinas transparentes del delirio,
dentro de mí los libros levantaban
arquitecturas sobre una sima edificadas.
Las alza un soplo del espíritu,
un parpadeo las deshace.
Yo junté leña con los otros
y lloré con el humo de la pira
del domador de potros;
vagué por la arboleda navegante
que arrastra el Tajo turbiamente verde:
la líquida espesura se encrespaba
tras de la fugitiva Galatea;
vi en racimos las sombras agolpadas
para beber la sangre de la zanja:
mejor quebrar terrones
por la ración de perro del labrador avaro
que regir las naciones pálidas de los muertos;

tuve sed, vi demonios en el Gobi;
en la gruta nadé con la sirena
(y después, en el sueño purgativo,
fendendo i drappi, e mostravami’l ventre,
quel mí svegliò col puzzo che n’nuscia
);
grabé sobre mi tumba imaginaria:
no muevas esta lápida,
soy rico sólo en huesos;

aquellas memorables
pecosas peras encontradas
en la cesta verbal de Villaurrutia;
Carlos Garrote, eterno medio hermano,
Dios te salve, me dijo al derribarme
y era, por los espejos del insomnio
repetido, yo mismo el que me hería;
Isis y el asno Lucio; el pulpo y Nemo;
y los libros marcados por las armas de Príapo,
leídos en las tardes diluviales
el cuerpo tenso, la mirada intensa.
Nombres anclados en el golfo
de mi frente: yo escribo porque el druida,
bajo el rumor de sílabas del himno,
encina bien plantada en una página,
me dio el gajo de muérdago, el conjuro
que hace brotar palabras de la peña.
Los nombres acumulan sus imágenes.
Las imágenes acumulan sus gaseosas,
conjeturales confederaciones.
Nubes y nubes, fantasmal galope
de las nubes sobre las crestas
de mi memoria. Adolescencia,
país de nubes.

                                Casa grande,
encallada en un tiempo
azolvado. La plaza, los árboles enormes
donde anidaba el sol, la iglesia enana
—su torre les llegaba a las rodillas
pero su doble lengua de metal
a los difuntos despertaba.
Bajo la arcada, en garbas militares,
las cañas, lanzas verdes,
carabinas de azúcar;
en el portal, el tendejón magenta:
frescor de agua en penumbra,
ancestrales petates, luz trenzada,
y sobre el zinc del mostrador,
diminutos planetas desprendidos
del árbol meridiano,
los tejocotes y las mandarinas,
amarillos montones de dulzura.
Giran los años en la plaza,
rueda de Santa Catalina,
y no se mueven.

                                         Mis palabras,
al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos, habitados
sólo por sus fantasmas,
sólo por el rencor de los mayores
habitados. Familias,
criaderos de alacranes:
como a los perros dan con la pitanza
vidrio molido, nos alimentan con sus odios
y la ambición dudosa de ser alguien.
También me dieron pan, me dieron tiempo,
claros en los recodos de los días,
remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
y sus terribles niñerías,
niño por los pasillos de altas puertas,
habitaciones con retratos,
crepusculares cofradías de los ausentes,
niño sobreviviente
de los espejos sin memoria
y su pueblo de viento:
el tiempo y sus encarnaciones
resuelto en simulacros de reflejos.
En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de lenguaje,
mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
bajo la lluvia, la paciencia,
a cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnílocua, una tía
me enseñó a ver con los ojos cerrados,
ver hacia dentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada: blanda te sea.)
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos.

                                                             Días
como una frente libre, un libro abierto.
No me multiplicaron los espejos
codiciosos que vuelven
cosas los hombres, número las cosas:
ni mando ni ganancia. La santidad tampoco:
el cielo para mí pronto fue un cielo
deshabitado, una hermosura hueca
y adorable. Presencia suficiente,
cambiante: el tiempo y sus epifanías.
No me habló dios entre las nubes:
entre las hojas de la higuera
me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo.
Encarnaciones instantáneas:
tarde lavada por la lluvia,
luz recién salida del agua,
el vaho femenino de las plantas
piel a mi piel pegada: ¡súcubo!
—como si al fin el tiempo coincidiese
consigo mismo y yo con él,
como si el tiempo y sus dos tiempos
fuesen un solo tiempo
que ya no fuese tiempo, un tiempo
donde siempre es ahora y a todas horas siempre,
como si yo y mi doble fuesen uno
y yo no fuese ya.
Granada de la hora: bebí sol, comí tiempo.
Dedos de luz abrían los follajes.
Zumbar de abejas en mi sangre:
el blanco advenimiento.
Me arrojó la descarga
a la orilla más sola. Fui un extraño
entre las vastas ruinas de la tarde.
Vértigo abstracto: hablé conmigo,
fui doble, el tiempo se rompió.

Atónita en lo alto del minuto
la carne se hace verbo —y el verbo se despeña.
Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,
es saberse mortal. Secreto a voces
y también secreto vacío, sin nada adentro:
no hay muertos, sólo hay muerte, madre nuestra.
Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:
el agua es fuego y en su tránsito
nosotros somos sólo llamaradas.
La muerte es madre de las formas…
El sonido, bastón de ciego del sentido:
escribo muerte y vivo en ella
por un instante. Habito su sonido:
es un cubo neumático de vidrio,
vibra sobre esta página,
desaparece entre sus ecos.
Paisajes de palabras:
los despueblan mis ojos al leerlos.
No importa: los propagan mis oídos.
Brotan allá, en las zonas indecisas
del lenguaje, palustres poblaciones.
Son criaturas anfibias, con palabras.
Pasan de un elemento a otro,
se bañan en el fuego, reposan en el aire.
Están del otro lado. No las oigo, ¿qué dicen?
No dicen: hablan, hablan.

                                                   Salto de un cuento a otro
por un puente colgante de once sílabas.
Un cuerpo vivo aunque intangible el aire,
en todas partes siempre y en ninguna.
Duerme con los ojos abiertos,
se acuesta entre las yerbas y amanece rocío,
se persigue a sí mismo y habla solo en los túneles,
es un tornillo que perfora montes,
nadador en la mar brava del fuego
es invisible surtidor de ayes
levanta a pulso dos océanos,
anda perdido por las calles
palabra en pena en busca de sentido,
aire que se disipa en aire.
¿Y para qué digo todo esto?
Para decir que en pleno mediodía
el aire se poblaba de fantasmas,
sol acuñado en alas,
ingrávidas monedas, mariposas.
Anochecer. En la terraza
oficiaba la luna silenciaria.
La cabeza de muerto, mensajera
de las ánimas, la fascinante fascinada
por las camelias y la luz eléctrica,
sobre nuestras cabezas era un revoloteo
de conjuros opacos. ¡Mátala!
gritaban las mujeres
y la quemaban como bruja.
Después, con un suspiro feroz, se santiguaban.
Luz esparcida, Psiquis…

                                         ¿Hay mensajeros? Sí,
cuerpo tatuado de señales
es el espacio, el aire es invisible
tejido de llamadas y respuestas.
Animales y cosas se hacen lenguas,
a través de nosotros habla consigo mismo
el universo. Somos un fragmento
—pero cabal en su inacabamiento—
de su discurso. Solipsismo
coherente y vacío:
desde el principio del principio
¿qué dice? Dice que nos dice.
Se lo dice a sí mismo. Oh madness of discourse,
that cause sets up with and against itself!


Desde lo alto del minuto
despeñado en la tarde plantas fanerógamas
me descubrió la muerte.
Y yo en la muerte descubrí al lenguaje.
El universo habla solo
pero los hombres hablan con los hombres:
hay historia. Guillermo, Alfonso, Emilio:
el corral de los juegos era historia
y era historia jugar a morir juntos.
La polvareda, el grito, la caída:
algarabía, no discurso.
En el vaivén errante de las cosas,
por las revoluciones de las formas
y de los tiempos arrastradas,
cada una pelea con las otras,
cada una se alza, ciega, contra sí misma.
Así, según la hora cae
desenlazada, su injusticia pagan. (Anaximandro.)
La injusticia de ser: las cosas sufren
unas con otras y consigo mismas
por ser un querer más, siempre ser más que más.
Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia.
Pero también es el lugar de prueba:
reconocer en el borrón de sangre
del lienzo de Verónica la cara
del otro-siempre el otro es nuestra víctima.
Túneles, galerías de la historia
¿sólo la muerte es puerta de salida?
El escape, quizás, es hacia dentro.
Purgación del lenguaje, la historia se consume
en la disolución de los pronombres:
ni yo soy ni yo más sino más ser sin yo.
En el centro del tiempo ya no hay tiempo,
es movimiento hecho fijeza, círculo
anulado en sus giros.

                                                   Mediodía:
llamas verdes los árboles del patio.
Crepitación de brasas últimas
entre la yerba: insectos obstinados.
Sobre los prados amarillos
claridades: los pasos de vidrio del otoño.
Una congregación fortuita de reflejos,
pájaro momentáneo,
entra por la enramada de estas letras.
El sol en mi escritura bebe sombra.
Entre muros —de piedra no:
por la memoria levantados—
transitoria arboleda:
luz reflexiva entre los troncos
y la respiración del viento.
El dios sin cuerpo, el dios sin nombre
que llamamos con nombres
vacíos —con los nombres del vacío—,
el dios del tiempo, el dios que es tiempo,
pasa entre los ramajes
que escribo. Dispersión de nubes
sobre un espejo neutro:
en la disipación de las imágenes
el alma es ya, vacante, espacio puro.
En quietud se resuelve el movimiento.
Insiste el sol, se clava
en la corola de la hora absorta.
Llama en el tallo de agua
de las palabras que la dicen,
la flor es otro sol.
La quietud en sí misma
se disuelve. Transcurre el tiempo
sin transcurrir. Pasa y se queda. Acaso,
aunque todos pasamos, no pasa ni se queda:
hay un tercer estado.

Hay un estar tercero:
el ser sin ser, la plenitud vacía,
hora sin horas y otros nombres
con que se muestra y se dispersa
en las confluencias del lenguaje
no la presencia: su presentimiento.
Los nombres que la nombran dicen: nada,
palabras de dos filos, palabra entre dos huecos.
Su casa, edificada sobre el aire
con ladrillos de fuego y muros de agua,
se hace y se deshace y es la misma
desde el principio. Es dios:
habita nombres que lo niegan.
En las conversaciones con la higuera
o entre los blancos del discurso,
en la conjuración de las imágenes
contra mis párpados cerrados
el desvarío de las simetrías,
los arenales del insomnio,
el dudoso jardín de la memoria
o en los senderos divagantes
era el eclipse de las claridades.
Aparecía en cada forma
de desvanecimiento.

                                                   Dios sin cuerpo,
con lenguajes de cuerpo lo nombraban
mis sentidos. Quise nombrarlo
con un nombre solar,
una palabra sin revés.
Fatigué el cubilete y el ars combinatoria.
Una sonaja de semillas secas
las letras rotas de los nombres:
hemos quebrantado a los nombres
hemos deshonrado a los nombres.
Ando en busca del nombre desde entonces.
Me fui tras un murmullo de lenguajes,
ríos entre los pedregales
color ferrigno de estos tiempos.
Pirámides de huesos, pudrideros verbales:
nuestros señores son gárrulos y feroces.
Alcé con las palabras y sus sombras
una casa ambulante de reflejos
torre que anda, construcción en viento.
El tiempo y sus combinaciones:
los años y los muertos y las sílabas,
cuentos distintos de la misma cuenta.
Espiral de los ecos, el poema
es aire que se esculpe y se disipa,
fugaz alegoría de los nombres
verdaderos. A veces la página respira:
los enjambres de signos, las repúblicas
errantes de sonidos y sentidos,
en rotación magnética se enlazan y dispersan
sobre el papel.

                                         Estoy en donde estuve:
voy detrás del murmullo,
pasos dentro de mí, oídos con los ojos,
el murmullo es mental, yo soy mis pasos,
oigo las voces que yo pienso,
las voces que me piensan al pensarlas.
Soy la sombra que arrojan mis palabras.



México y Cambridge, Mass,
del 9 de septiembre al 27 de diciembre de 1974.




De: Pasado en claro

martes, 10 de septiembre de 2013

TRENOS DE VINOGRADO


TRENOS DE VINOGRADO


II

Ha enrojecido la yedra
en las paredes de Mallona.

Voz súbita
del tiempo inapelable.
Inesperada advertencia
de mi trigésimo otoño.

Tomo a traición mi vida. Calzadas de Begoña.
Ascao. Breve y sombría
calle de la Esperanza.

Besos arrebatados
en rellanos oscuros.
Pieles acariciadas
en madrugadas lentas.
Vinogrado insepulto.
Noches
de amor.
Vísperas
de tinieblas.



VI

Arroja al agua el último cigarro
y da la espalda al día que agoniza
como una rosa desventrada.

Como el viejo jesuita, bibliotecario en Patmos,
que cruza el puente interminable
hacia la otra ribera. Horas letales.

Frontera de la noche. Vinogrado.



VII

Partiré un día,
entre la lluvia tenue, Vinogrado.
Húmedas calles me verán marchar.
Plazas donde agoniza nuestra historia
de pueblo imperceptible.
Alamedas tediosas. Derrocadas
esquinas que veláis la soledad.

Cuándo nació el rencor. No me preguntes.
No hay visitas que hacer. Huele a mostaza.
Por el suelo, grasientas servilletas
y rodajas marchitas de limón.