sábado, 13 de septiembre de 2014

LA CASA AMARILLA







Sórdidas pensiones, estancadas al amanecer.
Con la nariz fría y las manos aún
más frías, mi amor con todo el pelo frío,
a un lado un lavabo de loza desportillada
y un agua más fría que mi propio amor.
Pensiones, quién os viera de mañana,
los visillos echados sobre el vidrio torpemente,
lejos ya del rubor, la cama revuelta,
un sudor barato y gratificante.
Mi amor se ha puesto torcidas las medias.
Tiembla su pequeño cuerpo de niña,
su cinturita que cabe en mis manos.
Aun con los ojos sucios, qué hermosa
me resulta, más delgada que ayer.
Las doce menos cinco en mi reloj.

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