jueves, 25 de septiembre de 2014

ROMANCE DE LA LINDA ALBA


—¡Ay, cuán linda que eres Alba,
más linda que no la flor;
blanca sois, señora mía,
más que los rayos del sol!
¡Quién la durmieses esta noche
desarmado y sin temor;
que siete años había, siete,
que no me desarmo, no!
—Dormidla, señor, dormidla,
desarmado y sin pavor;
Alberto es ido a caza
a los montes de León.
—Si a caza es ido, señora,
cáigale mi maldición:
rabia le mate los perros
y aguilillas el falcón,
lanzada de moro izquierdo
le traspase el corazón.
—Apead, conde don Grifos,
porque hace muy gran calor,
¡Linda manos tenéis, conde!
¡Ay, cuán flaco estáis, señor!
—No os maravilléis, mi vida,
que muero por vuestro amor,
y por bien que pene y muera
no alcanzo ningún favor.
—Hoy lo alanzaréis, don Grifos,
en mi lindo mirador.
Ellos en esto estando,
Albertus toca el portón:
—¿Qué es lo que tenéis, señora?
¡Mudada estáis de color!
—Señor, mala vida paso,
la paso con gran dolor,
que me dejéis aquí sola
y a los montes os vais vos.
—Esas palabras, la niña,
no eran sino traición.
—¿Cuyo es aquel caballo
que allá abajo relinchó?
—Señor, era de mi padre,
y envíalo para vos.
—¿Cuyas son aquellas armas
que están en el corredor?
—Señor, eran de mi hermano,
y agora os las envió.
—¿Cuya es aquella lanza,
que tiene tal resplandor?
—Tomadla, Albertos, tomadla,
matadme con ella vos,
que esta muerte, buen conde,
bien os la merezco yo.

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